15 de julio de 2012
La crisis invisible
La inmensa cantidad de carros en nuestras calles es un problema que casi nadie considera como tal
La Isla es uno de los países con más vehículos en el mundo. (ARCHIVO)
Por Benjamín Torres Gotay / benjamin.torres@gfrmedia.com
Podríamos llamarle la crisis invisible, porque casi nadie la
ve y, el que la ve, no la entiende. Es más, hay gente que ni siquiera lo
considera un problema e, incluso, a menudo se le cita como ejemplo de
lo bien que van las cosas. Pero, bien mirado, entendemos, no sin cierto
horror, que se trata de una pesada piedra que carga en la espalda la
población y sobre la cual casi nadie ha hecho ningún esfuerzo serio por
entender, menos aún resolver.
Se trata de la inmensa cantidad de carros que transitan por nuestras calles.
Cifras dadas a conocer esta semana por el Departamento de Transportación y Obras Públicas (DTOP) revelan la espantosa cantidad de 3,045,000 de carros transitando por nuestras calles. Con poco menos de 3.8 millones de habitantes, esto significa que Puerto Rico es uno de los países con más carros per cápita en el mundo, pues hay casi un carro por habitante. Si se quitan los menores, que no pueden tener carro ni guían, estamos hablando de más de un carro por persona apta para conducir.
Datos del Banco Mundial de 2009 revelan que en Puerto Rico hay 596 carros por cada mil personas, lo cual nos coloca en el puesto número 12 en el mundo en esta categoría, empatados con España. Nos ganan Mónaco, Estados Unidos, Islandia, Luxemburgo, Nueva Zelanda, Australia, Malta, Chipre, Italia, Canadá y Francia, y nos siguen Japón, Noruega, Grecia y Austria.
Todos esos países, menos Puerto Rico, tienen algo en común: son ricos. Entre todos, sus habitantes tienen un ingreso per cápita promedio de $41,175, lo cual es casi tres veces más que los $16,300 de Puerto Rico. Esto nos lleva a entender el primero, pero tal vez no el más importante, de los efectos nocivos que tienen entre nosotros esta adicción al automóvil: la inmensa carga que le representa al bolsillo de las familias puertorriqueñas la obligación de tener un carro.
Una parte sustancial del presupuesto familiar se va en el pago, el mantenimiento y la gasolina. Piense, un momento, cuántos arreglos podría haberle hecho a su casa, cuántos viajes podría haber dado, cuánto podría ahorrar para su vejez, si no tuviera que sacar mensualmente $500, $600 o más para todo lo que implica tener un carro. Esto es algo que en lo que muchos ni han pensado nunca, porque el carro está metido de tal manera en la siquis del puertorriqueño que pocos imaginan la vida de otra manera.
Pero esta no es la única consecuencia de este problema. Cada mañana, cuando salimos a las avenidas y carreteras que nos llevan a nuestros trabajos o escuelas, y vemos las descomunales congestiones, nos enfrentamos con otra de las consecuencias de este problema: el precioso tiempo de vida que pasamos dentro de la caja de metal, tiempo que podríamos pasar compartiendo con la familia, creando, produciendo, siendo felices.
La dependencia del carro también causa monumentales problemas ambientales y obliga al gobierno a invertir en carreteras multimillonarias cantidades que mejor uso podría dársele en escuelas, hospitales o recreación. En resumen, por donde quiera que se mire este asunto de que somos uno de los países con más carros en el mundo vemos una hernia gigantesca en la sociedad, de la que, sin embargo, nadie se ha enterado ni le ha puesto el mínimo de voluntad en resolverlo.
Por supuesto, todos tenemos claro de que por la manera en que hemos organizado nuestras ciudades no tenemos más remedio que embrollarnos con el toyotita o vivir con la sensación de ansiedad que nos da cada vez que le oímos al carro un ruidito extraño.
Nuestros gobernantes nos han encadenado de esta manera.
Dejaron que las ciudades se organizaran a favor de los carros y no de la gente, que falten aceras pero sobren espacios de estacionamiento. No nos han dado un sistema de transportación masiva en el que podamos confiar. Tenemos una AMA que, como el tren de El Guardagujas, de Juan José Arreola, es un milagro que llegue y, si llega, que nos lleve a donde queremos. Se gastaron $2,500 millones en un tren urbano que es muy moderno y se ve muy bonito, pero no sirve para nada pues no llega a ningún sitio.
Imaginemos, un instante, la vida de otra manera. Imagine salir de su casa a pie, hacer ejercicio, respirar aire fresco, encontrarse con su vecino, conversar, tomar un tren, ver de cerca a la gente y a la vida, salir del encierro de la caja de metal. No tener que sacar $500 mensuales para el carro.
Esto, como tantos otros problemas que enfrentamos, puede parecer que llegó a un nivel que no tiene solución. Pero, poco a poco, como todo lo otro, se puede arreglar. Solo falta que empecemos a caminar. En este caso, literalmente.
Se trata de la inmensa cantidad de carros que transitan por nuestras calles.
Cifras dadas a conocer esta semana por el Departamento de Transportación y Obras Públicas (DTOP) revelan la espantosa cantidad de 3,045,000 de carros transitando por nuestras calles. Con poco menos de 3.8 millones de habitantes, esto significa que Puerto Rico es uno de los países con más carros per cápita en el mundo, pues hay casi un carro por habitante. Si se quitan los menores, que no pueden tener carro ni guían, estamos hablando de más de un carro por persona apta para conducir.
Datos del Banco Mundial de 2009 revelan que en Puerto Rico hay 596 carros por cada mil personas, lo cual nos coloca en el puesto número 12 en el mundo en esta categoría, empatados con España. Nos ganan Mónaco, Estados Unidos, Islandia, Luxemburgo, Nueva Zelanda, Australia, Malta, Chipre, Italia, Canadá y Francia, y nos siguen Japón, Noruega, Grecia y Austria.
Todos esos países, menos Puerto Rico, tienen algo en común: son ricos. Entre todos, sus habitantes tienen un ingreso per cápita promedio de $41,175, lo cual es casi tres veces más que los $16,300 de Puerto Rico. Esto nos lleva a entender el primero, pero tal vez no el más importante, de los efectos nocivos que tienen entre nosotros esta adicción al automóvil: la inmensa carga que le representa al bolsillo de las familias puertorriqueñas la obligación de tener un carro.
Una parte sustancial del presupuesto familiar se va en el pago, el mantenimiento y la gasolina. Piense, un momento, cuántos arreglos podría haberle hecho a su casa, cuántos viajes podría haber dado, cuánto podría ahorrar para su vejez, si no tuviera que sacar mensualmente $500, $600 o más para todo lo que implica tener un carro. Esto es algo que en lo que muchos ni han pensado nunca, porque el carro está metido de tal manera en la siquis del puertorriqueño que pocos imaginan la vida de otra manera.
Pero esta no es la única consecuencia de este problema. Cada mañana, cuando salimos a las avenidas y carreteras que nos llevan a nuestros trabajos o escuelas, y vemos las descomunales congestiones, nos enfrentamos con otra de las consecuencias de este problema: el precioso tiempo de vida que pasamos dentro de la caja de metal, tiempo que podríamos pasar compartiendo con la familia, creando, produciendo, siendo felices.
La dependencia del carro también causa monumentales problemas ambientales y obliga al gobierno a invertir en carreteras multimillonarias cantidades que mejor uso podría dársele en escuelas, hospitales o recreación. En resumen, por donde quiera que se mire este asunto de que somos uno de los países con más carros en el mundo vemos una hernia gigantesca en la sociedad, de la que, sin embargo, nadie se ha enterado ni le ha puesto el mínimo de voluntad en resolverlo.
Por supuesto, todos tenemos claro de que por la manera en que hemos organizado nuestras ciudades no tenemos más remedio que embrollarnos con el toyotita o vivir con la sensación de ansiedad que nos da cada vez que le oímos al carro un ruidito extraño.
Nuestros gobernantes nos han encadenado de esta manera.
Dejaron que las ciudades se organizaran a favor de los carros y no de la gente, que falten aceras pero sobren espacios de estacionamiento. No nos han dado un sistema de transportación masiva en el que podamos confiar. Tenemos una AMA que, como el tren de El Guardagujas, de Juan José Arreola, es un milagro que llegue y, si llega, que nos lleve a donde queremos. Se gastaron $2,500 millones en un tren urbano que es muy moderno y se ve muy bonito, pero no sirve para nada pues no llega a ningún sitio.
Imaginemos, un instante, la vida de otra manera. Imagine salir de su casa a pie, hacer ejercicio, respirar aire fresco, encontrarse con su vecino, conversar, tomar un tren, ver de cerca a la gente y a la vida, salir del encierro de la caja de metal. No tener que sacar $500 mensuales para el carro.
Esto, como tantos otros problemas que enfrentamos, puede parecer que llegó a un nivel que no tiene solución. Pero, poco a poco, como todo lo otro, se puede arreglar. Solo falta que empecemos a caminar. En este caso, literalmente.