Las cosas por su nombre
Benjamín Torres Gotay
12 de mayo de 2013
Guerra a los Testigos de Jehová
Dos
grupos religiosos en el candelero público. Uno, que no se mete con nadie,
víctima de un repudio despiadado. El otro, que se mete con todos, oliendo la
victoria. Parece imposible de entender, pero no lo es.
Hablemos un poco de esto:
Los Testigos de Jehová son gente muy discreta, si los miramos bien. Viven su fe tranquilos, entre ellos, sin andar exhibiéndola por ahí. No están metidos en el Capitolio, ni en la radio o los periódicos, amenazando, difamando, ni agitando odios y prejuicios. De hecho, no creen en política ni votan en elecciones.
No andan con un letrero en el pecho que diga ‘soy Testigo de Jehová’. De hecho, no es raro que a un fulano le digan que un compañero de trabajo practica esa religión y la reacción sea: ‘Ah, mira, no sabía’. Lo suyo, en resumen, es vivir su fe calladamente e ir a su salón del reino una o dos veces en semana.
Lo único que piden es muy sencillo: que se les respete el derecho de caminar por las calles que todos pagamos para llevar a cabo el único acto de proselitismo al que se sienten mandatados por su religión, que es ir casa por casa predicando sus creencias.
Si a usted no le interesa lo que ellos quieren predicar, pues muy sencillo: dígaselos. No se asuste. Pruebe. Verá que no le va mal. Se van con la misma circunspección con la que llegaron. No hay reportes, créanlo, de gente a la que los Testigos de Jehová hayan amarrado a una silla y obligado a leer en voz alta el Atalaya.
Por eso nada más, son víctimas de una de las campañas de repudio y burla más brutales que jamás se hayan visto aquí. Hay gente hablando de recibirlos en ropa interior, de echarle los perros, de tirarles agua fría. Peor que eso: están poniendo letreros en las casas repudiando específicamente su presencia, como se hacía en ciertos negocios del sur estadounidense de no mucho atrás con pancartas que clamaban “no dogs or negroes allowed”.
Claro, no es poco lo que hicieron los Testigos de Jehová: derrumbar, a través de la ley, la ficticia sensación de seguridad que sienten quienes ponen portones a la entrada de sus urbanizaciones o se creen con el derecho de decidir quiénes caminan por la calles que son de todo el pueblo.
Pero los Testigos de Jehová han hecho esto como se deben hacer estas cosas: en las cortes.
En el otro lado, están los fundamentalistas.
Esos son muy diferentes de los Testigos de Jehová. Esos viven atosigándole sus creencias a todos, metidos en el Capitolio amenazando a los que no se suscriban a su manera particular de ver la vida, tratando de que las leyes de todos se ajusten a sus creencias particulares, pidiendo que se permita el discrimen contra quien no viva, crea, piense o respire como ellos dicen que se debe vivir, creer o respirar.
Esos no le tocan al timbre de su casa para ofrecerles su revistita. Esos se le parquean al frente con un altoparlante y le restregan en la cara que usted va y que para el infierno porque no vive exactamente igual que ellos. Para esos, solo es válida su visión de la vida. Los demás no valen nada.
Así, a fuerza de mentiras, demagogia, miedos y prejuicios, parece que derrotaron el proyecto del senador Ramón Luis Nieves que perseguía el propósito de prohibir que a alguien puedan negarle un empleo, o despedirlo del que tiene, o degradarlo o negarle un ascenso, porque su naturaleza sexual se incline hacia personas del mismo género.
El proyecto duerme el sueño agitado de los injustos en alguna gaveta senatorial porque al parecer la campaña política de los fundamentalistas le metió miedo a unos cuantos y probablemente ahora mismo no tiene los votos para ser aprobado. Los miedosos temen que les pase como al senador Nieves, que es víctima de una infame campaña de descrédito personal por haber cometido el pecado capital de no cogerles miedo a los fundamentalistas.
Nótese, así mismo, que los fundamentalistas no han movido un dedo en contra de la brutal atmósfera que se ha creado contra los Testigos de Jehová, porque de seguro también los consideran pecadores. Pero, ya que no lo harán, podrían al menos tomar su ejemplo calladamente: practiquen su fe que eso nadie se los va, ni se los quiere, ni se los puede prohibir, vivan y dejen vivir y tengan paz, que, si tienen razón, pasará como con los Testigos de Jehová, que, en el camino, alguien se las dará.
Hablemos un poco de esto:
Los Testigos de Jehová son gente muy discreta, si los miramos bien. Viven su fe tranquilos, entre ellos, sin andar exhibiéndola por ahí. No están metidos en el Capitolio, ni en la radio o los periódicos, amenazando, difamando, ni agitando odios y prejuicios. De hecho, no creen en política ni votan en elecciones.
No andan con un letrero en el pecho que diga ‘soy Testigo de Jehová’. De hecho, no es raro que a un fulano le digan que un compañero de trabajo practica esa religión y la reacción sea: ‘Ah, mira, no sabía’. Lo suyo, en resumen, es vivir su fe calladamente e ir a su salón del reino una o dos veces en semana.
Lo único que piden es muy sencillo: que se les respete el derecho de caminar por las calles que todos pagamos para llevar a cabo el único acto de proselitismo al que se sienten mandatados por su religión, que es ir casa por casa predicando sus creencias.
Si a usted no le interesa lo que ellos quieren predicar, pues muy sencillo: dígaselos. No se asuste. Pruebe. Verá que no le va mal. Se van con la misma circunspección con la que llegaron. No hay reportes, créanlo, de gente a la que los Testigos de Jehová hayan amarrado a una silla y obligado a leer en voz alta el Atalaya.
Por eso nada más, son víctimas de una de las campañas de repudio y burla más brutales que jamás se hayan visto aquí. Hay gente hablando de recibirlos en ropa interior, de echarle los perros, de tirarles agua fría. Peor que eso: están poniendo letreros en las casas repudiando específicamente su presencia, como se hacía en ciertos negocios del sur estadounidense de no mucho atrás con pancartas que clamaban “no dogs or negroes allowed”.
Claro, no es poco lo que hicieron los Testigos de Jehová: derrumbar, a través de la ley, la ficticia sensación de seguridad que sienten quienes ponen portones a la entrada de sus urbanizaciones o se creen con el derecho de decidir quiénes caminan por la calles que son de todo el pueblo.
Pero los Testigos de Jehová han hecho esto como se deben hacer estas cosas: en las cortes.
En el otro lado, están los fundamentalistas.
Esos son muy diferentes de los Testigos de Jehová. Esos viven atosigándole sus creencias a todos, metidos en el Capitolio amenazando a los que no se suscriban a su manera particular de ver la vida, tratando de que las leyes de todos se ajusten a sus creencias particulares, pidiendo que se permita el discrimen contra quien no viva, crea, piense o respire como ellos dicen que se debe vivir, creer o respirar.
Esos no le tocan al timbre de su casa para ofrecerles su revistita. Esos se le parquean al frente con un altoparlante y le restregan en la cara que usted va y que para el infierno porque no vive exactamente igual que ellos. Para esos, solo es válida su visión de la vida. Los demás no valen nada.
Así, a fuerza de mentiras, demagogia, miedos y prejuicios, parece que derrotaron el proyecto del senador Ramón Luis Nieves que perseguía el propósito de prohibir que a alguien puedan negarle un empleo, o despedirlo del que tiene, o degradarlo o negarle un ascenso, porque su naturaleza sexual se incline hacia personas del mismo género.
El proyecto duerme el sueño agitado de los injustos en alguna gaveta senatorial porque al parecer la campaña política de los fundamentalistas le metió miedo a unos cuantos y probablemente ahora mismo no tiene los votos para ser aprobado. Los miedosos temen que les pase como al senador Nieves, que es víctima de una infame campaña de descrédito personal por haber cometido el pecado capital de no cogerles miedo a los fundamentalistas.
Nótese, así mismo, que los fundamentalistas no han movido un dedo en contra de la brutal atmósfera que se ha creado contra los Testigos de Jehová, porque de seguro también los consideran pecadores. Pero, ya que no lo harán, podrían al menos tomar su ejemplo calladamente: practiquen su fe que eso nadie se los va, ni se los quiere, ni se los puede prohibir, vivan y dejen vivir y tengan paz, que, si tienen razón, pasará como con los Testigos de Jehová, que, en el camino, alguien se las dará.
No hay comentarios:
Publicar un comentario