viernes, 8 de junio de 2012

La isla en un carro público

8 de junio de 2012
 

La isla en un carro público

Aquí convergen las vivencias en las que late el país
 
A pesar de que ha disminuido este tipo de transporte, todavía hay gente de todas las edades que lo necesita diariamente. (El Nuevo Día / Archivo)
Por Laura N. Pérez Sánchez / laura.perez@elnuevodia.com

Tan pronto puse un pie en su interior, sentí el olor. Esa mezcla añeja de calor, pasajeros y tardes de tapón que, aun con los ojos cerrados, te deja saber que estás a bordo de una pisa y corre.
Pero, de entrada, había algo muy extraño en esta guagua de asientos azules y un tímido aire acondicionado: arrancaba a media mañana de la Plaza de la Convalecencia en Río Piedras con solo dos pasajeros.
Pronto empecé a entender las razones. Miguel Arroyo, el chofer, lo explicó en un santiamén: “el tren urbano liquidó esta ruta”. Por los pasados 53 años, ha unido con su guagua a Bayamón y Río Piedras y viceversa, pero en los últimos tiempos las cosas han cambiado.

“Antes había 35 guaguas, pero que la gente empujaba para montarse”, recuerda. Ahora, la de Arroyo, es la única que completa el trayecto.

A pesar de esto, tan pronto la carrocería también azul se asomó por una esquina de la avenida Roosevelt, ya lista para emprender camino a Bayamón, aparecieron las primeras manos que, más que transporte, parecían pedir auxilio para ganarle la batalla al sol que a esa hora, en lugar de brillar, hostigaba.
Subieron uno, dos, tres pasajeros, y en un abrir y cerrar de ojos, estaba repleta.
En la primera fila de asientos de la cuarta guagua que cogía en el día se acomodó Marcia Barrett, que transitaba de su trabajo en el mantenimiento de una oficina a la casa de una familia con la que labora hace 30 años.

“Gracias a la guagüita de San Patricio, yo tengo ese otro trabajo en el que llevo ya siete años”, dijo Barrett, después de asegurar que, “si fuera por la AMA”, no llegaba ni de allí a la esquina.
Con la pisa y corre, arribó a su destino, y mientras su silueta se alejaba camino de Garden Hills, en la guagua de Miguel Arroyo se colaba una clase sobre “café saludable”.

Franklin Delano Brazován, un hombre de verbo tan grandilocuente como su nombre, aprovechaba su viaje a una cita médica para explicar a quien quisiera escucharlo cómo este café milagroso -“que, aunque suene raro, se vende en una mueblería”- lo había liberado del bastón que necesitaba para mal caminar, hacía solo cinco o seis años, cuando empezó a moverse en guagua porque sus problemas de la vista lo bajaron del carro.

Juanita, que estaba sentada a su lado, recibió ilusionada un sobrecito del brebaje y las explicaciones para prepararlo correctamente. Sin haberse recuperado del sofocón con el que subió, lo guardó en su cartera y bajó de la guagua para cederle el espacio a una muchacha, tal vez 30 años más joven que ella, que regresaba a su casa de la oficina del desempleo.

Mientras Sharon contaba las peripecias que pasó por la mañana para llegar a tiempo a su cita, yo recordaba las palabras que Barrett lanzó al aire varias millas atrás y que bien podrían ser el lema publicitario de los viajes en carro público: “conociendo a Puerto Rico por 75 centavos”. Aunque algunos cuesten un dólar y otros hasta 25 centavos más.

Nos acercábamos al final del trayecto y empezaba a buscarle hueco en mi cartera a la carga que gané de Río Piedras a Bayamón: una bolsita de café, un cedé de música cristiana y un poco de nostalgia también. Ya en la calle y con Arroyo camino de su casa, divisé a lo lejos la estación del tren urbano. Lo sabía, para la vuelta, no quedaba otra alternativa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario