Desde Washington
José A. Delgado
17 de marzo de 2013 El Nuevo Día
El mundo de Sonia Sotomayor
Desde su nombramiento como primera persona
hispana juez en el Tribunal Supremo de Estados Unidos, Sonia Sotomayor
saltó a la fama.
Casi cuatro años después de su designación, es un nombre familiar para todos.Y para su comunidad boricua, en particular, e hispana, en general, el ejemplo a seguir.
Sonia Sotomayor es la esencia de la diáspora boricua en Estados Unidos.
Sus padres fueron parte de una generación que en gran medida echó hacia delante gracias a su duro trabajo, a pesar de la pobreza y la discriminación.
Inmigrantes con ciudadanía que en Nueva York abrieron el camino a otros boricuas y a los hispanos en general.
En su libro “Mi Mundo Adorado”, el cual presentará en Puerto Rico durante la primera semana de abril, el lector recibe una lección de cómo echar hacia delante a puro pulmón y apostando a la educación.
Para ello abre las puertas de su vida íntima y familiar, convencida como – indicó en la entrevista con El Nuevo Día que se publica hoy – de que no puede ser una “figura distante”, sino que tiene que conectar a la gente “con la verdadera Sonia”.
Y sus memorias están llenas de relatos sobre la experiencia de ser puertorriqueñ@ creciendo en Nueva York:
*Sobre los inconvenientes para llegar a su clase de guitarra cuando era niña: \“El verdadero problema era ir y volver cruzando un vecindario en la calle White Plains, donde una pandilla de abusadores burlones nos mostró que, sin lugar a dudas, los niños puertorriqueños no eran bienvenidos”.
*En torno al padre de su amiga Marguerite, John Gudewicz: “Tenía sus opiniones sobre ‘esos puertorriqueños’, pero su risa amable hacia imposible ofenderse”.
*De cara a los debates del club de oratoria del colegio Cardinal Spellman, su amigo Ken le decía: “Sonia, no importa si te tienes que cortar las manos, pero elimina esos movimientos de tu repertorio!”. Ella responde en el libro:
“¿Decirle a un puertorriqueño que no hable con las manos? Es como pedirle a un pájaro que no alce el vuelo”.
*La alegría de llegar a la Isla: “Apenas salíamos del aeropuerto, nos parábamos en los puestos de comida a lo largo de la carretera, uniéndonos al mar de gente que regresaba y que no podía dejar pasar un minuto más sin probar los primeros sabores del hogar”.
*Una relación con Puerto Rico, que cuenta, la tuvo presente mientras juraba como jueza del Tribunal Supremo de Estados Unidos, el 8 de agosto de 2009: “Entonces mi mirada se cruzó con la del Presidente, sentado en primera fila, y sentí la gratitud estallando dentro de mí, una gratitud abrumadora apartada de la política, una gratitud viva con la alegría de Abuelita y con un súbito recuerdo, una imagen vista a través de los ojos de una niña: corría de regreso a la casa de Mayaguez con un cono de piragua derritiéndose dulce y pegajoso por mi cara y mis brazos, el sol en los ojos, asomándose entre las nubes y reflejándose en el pavimento empapado por la lluvia y en las hojas que goteaban”.
Casi cuatro años después de su designación, es un nombre familiar para todos.Y para su comunidad boricua, en particular, e hispana, en general, el ejemplo a seguir.
Sonia Sotomayor es la esencia de la diáspora boricua en Estados Unidos.
Sus padres fueron parte de una generación que en gran medida echó hacia delante gracias a su duro trabajo, a pesar de la pobreza y la discriminación.
Inmigrantes con ciudadanía que en Nueva York abrieron el camino a otros boricuas y a los hispanos en general.
En su libro “Mi Mundo Adorado”, el cual presentará en Puerto Rico durante la primera semana de abril, el lector recibe una lección de cómo echar hacia delante a puro pulmón y apostando a la educación.
Para ello abre las puertas de su vida íntima y familiar, convencida como – indicó en la entrevista con El Nuevo Día que se publica hoy – de que no puede ser una “figura distante”, sino que tiene que conectar a la gente “con la verdadera Sonia”.
Y sus memorias están llenas de relatos sobre la experiencia de ser puertorriqueñ@ creciendo en Nueva York:
*Sobre los inconvenientes para llegar a su clase de guitarra cuando era niña: \“El verdadero problema era ir y volver cruzando un vecindario en la calle White Plains, donde una pandilla de abusadores burlones nos mostró que, sin lugar a dudas, los niños puertorriqueños no eran bienvenidos”.
*En torno al padre de su amiga Marguerite, John Gudewicz: “Tenía sus opiniones sobre ‘esos puertorriqueños’, pero su risa amable hacia imposible ofenderse”.
*De cara a los debates del club de oratoria del colegio Cardinal Spellman, su amigo Ken le decía: “Sonia, no importa si te tienes que cortar las manos, pero elimina esos movimientos de tu repertorio!”. Ella responde en el libro:
“¿Decirle a un puertorriqueño que no hable con las manos? Es como pedirle a un pájaro que no alce el vuelo”.
*La alegría de llegar a la Isla: “Apenas salíamos del aeropuerto, nos parábamos en los puestos de comida a lo largo de la carretera, uniéndonos al mar de gente que regresaba y que no podía dejar pasar un minuto más sin probar los primeros sabores del hogar”.
*Una relación con Puerto Rico, que cuenta, la tuvo presente mientras juraba como jueza del Tribunal Supremo de Estados Unidos, el 8 de agosto de 2009: “Entonces mi mirada se cruzó con la del Presidente, sentado en primera fila, y sentí la gratitud estallando dentro de mí, una gratitud abrumadora apartada de la política, una gratitud viva con la alegría de Abuelita y con un súbito recuerdo, una imagen vista a través de los ojos de una niña: corría de regreso a la casa de Mayaguez con un cono de piragua derritiéndose dulce y pegajoso por mi cara y mis brazos, el sol en los ojos, asomándose entre las nubes y reflejándose en el pavimento empapado por la lluvia y en las hojas que goteaban”.