10 de febrero de 2012
Un proyecto extraordinario
Álvarez se vale de sus circunstancias para crear tecnología
Con su pequeña computadora portátil, Álvarez desarrolla programas de computadoras para asistir a personas ciegas como él. (El Nuevo Día / Mariel Mejía Ortiz)
Por Laura N. Pérez Sánchez / laura.perez@elnuevodia.com
Que la necesidad es la madre de la invención se ha dicho hasta la saciedad, pero cuando se conoce a un ciego que desarrolla tecnología para facilitar la vida de los no videntes se entiende por qué esa frase una vez fue sabia y no un cliché.
La historia de Manolo Álvarez, un programador de computadoras de 44 años, se podría resumir como la de un terco que se empeñó en llevarle la contraria a todos.
Ese rasgo de su personalidad, Álvarez lo conoció tan temprano como en la escuela elemental, cuando en la clase de matemáticas tocaba estudiar fracciones y el maestro saltaba su turno porque pensaba que era un tema demasiado visual para él entenderlo.
Como respuesta, Álvarez desarrolló la capacidad de, aún sin la práctica diaria en clase, entender la materia. “Y empecé a decir que mi clase favorita era la de matemáticas, y era por llevar la contraria”.
Lo mismo que hizo cuando se reunió con la orientadora de la escuela superior para decidirse por una carrera universitaria. “Me dijo que debería estudiar algo que sea teórico. Y pensé: ‘déjame ver qué es lo más visual que se me puede ocurrir... Yo quiero estudiar computadoras’”.
En 1985, cuando ingresó a la universidad, era poco lo que Álvarez conocía sobre el mundo de la informática.
Poco después, desarrollaba un mapa del recinto riopedrense en braile que, desde entonces, ayuda a los universitarios con problemas de visión a moverse a lo largo y ancho del campus con mayor confiabilidad.
“Yo quería hacer proyectos que fueran extraordinarios. Yo quería impactar la vida de las personas ciegas a través de la tecnología”, dijo Álvarez, quien siguió a su bachillerato en computadoras con una maestría y un doctorado en educación especial.
Por cada éxito que relata, se asegura de dejar bien claro que nada de esto ha sido fácil. Álvarez asegura que, más que la ceguera, la mayor barrera con la que se ha encontrado a lo largo de la vida ha sido la actitud de la gente.
“Desde pequeño, yo he tenido que estar escuchando el famoso ‘no se puede’... Pero me di cuenta de que, muchas veces, cuando me decían que no se puede, yo podía”, afirma Álvarez como quien recita una lección.
Esa confianza en su capacidad ha marcado su trayectoria: en 1996, inauguró su propia página en la internet, una de las primeras creadas por una persona ciega, donde comparte con la comunidad internacional los programas de asistencia a personas ciegas y de poca visibilidad que él desarrolla.
En una vida de retos, la llegada de su primera hija, Ámbar, surgió como uno nuevo convertido en oportunidad.
Desde su nacimiento hace seis años, Álvarez estuvo involucrado en el cuidado de la niña -cambió pañales, le dio el biberón, se quedó con ella mientras la madre estudiaba-. Por lo tanto, era de esperar que, llegado el tiempo de los estudios, él también quisiera ser parte.
¿Pero cómo repasarle las lecciones y ayudarla a hacer las asignaciones si él, quien percibe más que la claridad y la oscuridad por una condición congénita, no puede ver los materiales?
Esa nueva pregunta produjo en Álvarez múltiples respuestas que se traducen ahora en diversos programas de computadora que reproducen el material a estudiar.
Y con Ámbar, además de más retos personales, llegó la nueva encomienda de Álvarez.
“Yo estoy desarrollando tecnología para estudiar con mi nena, pero... ¿y si este ‘software’ lo tuviera el Departamento de Educación y se lo diera a todos los maestros de educación especial?”, cuestiona Álvarez, como lanzando un nuevo reto al mismo sistema al que tuvo que desafiar.
La historia de Manolo Álvarez, un programador de computadoras de 44 años, se podría resumir como la de un terco que se empeñó en llevarle la contraria a todos.
Ese rasgo de su personalidad, Álvarez lo conoció tan temprano como en la escuela elemental, cuando en la clase de matemáticas tocaba estudiar fracciones y el maestro saltaba su turno porque pensaba que era un tema demasiado visual para él entenderlo.
Como respuesta, Álvarez desarrolló la capacidad de, aún sin la práctica diaria en clase, entender la materia. “Y empecé a decir que mi clase favorita era la de matemáticas, y era por llevar la contraria”.
Lo mismo que hizo cuando se reunió con la orientadora de la escuela superior para decidirse por una carrera universitaria. “Me dijo que debería estudiar algo que sea teórico. Y pensé: ‘déjame ver qué es lo más visual que se me puede ocurrir... Yo quiero estudiar computadoras’”.
En 1985, cuando ingresó a la universidad, era poco lo que Álvarez conocía sobre el mundo de la informática.
Poco después, desarrollaba un mapa del recinto riopedrense en braile que, desde entonces, ayuda a los universitarios con problemas de visión a moverse a lo largo y ancho del campus con mayor confiabilidad.
“Yo quería hacer proyectos que fueran extraordinarios. Yo quería impactar la vida de las personas ciegas a través de la tecnología”, dijo Álvarez, quien siguió a su bachillerato en computadoras con una maestría y un doctorado en educación especial.
Por cada éxito que relata, se asegura de dejar bien claro que nada de esto ha sido fácil. Álvarez asegura que, más que la ceguera, la mayor barrera con la que se ha encontrado a lo largo de la vida ha sido la actitud de la gente.
“Desde pequeño, yo he tenido que estar escuchando el famoso ‘no se puede’... Pero me di cuenta de que, muchas veces, cuando me decían que no se puede, yo podía”, afirma Álvarez como quien recita una lección.
Esa confianza en su capacidad ha marcado su trayectoria: en 1996, inauguró su propia página en la internet, una de las primeras creadas por una persona ciega, donde comparte con la comunidad internacional los programas de asistencia a personas ciegas y de poca visibilidad que él desarrolla.
En una vida de retos, la llegada de su primera hija, Ámbar, surgió como uno nuevo convertido en oportunidad.
Desde su nacimiento hace seis años, Álvarez estuvo involucrado en el cuidado de la niña -cambió pañales, le dio el biberón, se quedó con ella mientras la madre estudiaba-. Por lo tanto, era de esperar que, llegado el tiempo de los estudios, él también quisiera ser parte.
¿Pero cómo repasarle las lecciones y ayudarla a hacer las asignaciones si él, quien percibe más que la claridad y la oscuridad por una condición congénita, no puede ver los materiales?
Esa nueva pregunta produjo en Álvarez múltiples respuestas que se traducen ahora en diversos programas de computadora que reproducen el material a estudiar.
Y con Ámbar, además de más retos personales, llegó la nueva encomienda de Álvarez.
“Yo estoy desarrollando tecnología para estudiar con mi nena, pero... ¿y si este ‘software’ lo tuviera el Departamento de Educación y se lo diera a todos los maestros de educación especial?”, cuestiona Álvarez, como lanzando un nuevo reto al mismo sistema al que tuvo que desafiar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario